Llamada así por el
par de varillas de hierro que cada danzante blande en su mano derecha, la danza
de las tijeras es realizada tradicionalmente por hombres de pueblos quechuas en
el centro sur del Perú. Este baile se lleva a cabo durante los meses de
temporada seca, que coinciden con las fases principales del calendario
agrícola. Así, representa una forma ritual de celebrar las divinidades andinas
ligadas a la naturaleza, como el Sol (Inti) y la Luna (Quilla).

Un pacto con el
diablo: la danza diabólica de las tijeras
El origen de la danza es incierto; sin embargo,
algunos creen que fue creada en reacción contra el colonialismo y la represión
de los ideales indígenas. Durante el año 1500, los bailarines fueron
perseguidos por los cristianos porque se creía que la danza era una
manifestación de la magia oscura. Los artistas fueron considerados supaypa
guagua –hijos del diablo– que se negaron a disipar sus antiguas
prácticas e hicieron un pacto con el demonio para obtener tales habilidades.
Aunque el baile ahora se acepta y se practica en las celebraciones cristianas,
hasta el día de hoy a los bailarines se les prohíbe entrar en una iglesia
mientras estén disfrazados.
Canto y baile de
la enfermedad
Varios antropófagos vinculan la danza de tijeras
con el Taki Onqoy que en quechua significa “enfermedad del
canto”. Este fue un movimiento religioso andino que apareció en 1564 en el área
de Chanka (Ayacucho,
Huancavelica y Abancay) en rebelión contra el dominio colonial español.
El Taki Onqoy abogó por un rechazo total de la
imposición violenta de la fe católica y la extirpación de las creencias
espirituales nativas. Según las crónicas españolas, las huacas (deidades
prehispánicas) “poseían” los cuerpos de los indígenas, lo que les permitiría
retorcerse en la danza febril durante horas o días, señalando una profecía e impulsando
el regreso de los dioses antiguos a la derrota del Dios cristiano de los
españoles.

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